jueves, 4 de septiembre de 2008

EL GALEÓN DE MANILA

La Historia de Dos Naciones Hermanas - México y Filipinas



En busca de especias...

Según los historiadores, fue el refinado paladar del hombre Español, más que la sed de fama y fortuna, lo que en un principio lo llevó a conquistar tierras lejanas. Coinciden en que fue la búsqueda del condimento perfecto, más que cualquier otra cosa, lo que impulsó las grandes expediciones de España alrededor del globo. Unos años antes de sus legendarias conquistas, España había adquirido ya un particular gusto por los sabores que provenían de Oriente y ahora anhelaba conseguir de forma directa sus propios condimentos. Fue precisamente esa búsqueda por más y mejores especias como llegó España accidentalmente a México y así fue como llegó también a Filipinas.

En 1521 inicia el periodo Colonial en México tras la caída de la gran Tenochtitlán. Al otro lado del mundo, precisamente en este año, Fernando de Magallanes, el navegante portugués que prestó sus servicios al Imperio Español, llega a un archipiélago del Sudeste Asiático compuesto por más de 7,000 islas. Al recién descubierto territorio, se le proclama dominio Español y se le bautiza Filipinas, en honor a Felipe II.

Una vez habiéndose establecido formalmente el Virreinato en México, se decide que correspondería a la Nueva España extender la fe cristiana y la cultura hispana en las islas.

Con ese objetivo en mente, en 1564 zarpa de Barra de Navidad, Jalisco, la quinta expedición a Filipinas a cargo del navegante Miguel López de Legazpi, junto con Fray Andrés de Urdaneta. Legazpi llega al archipiélago y funda su capital, Manila.


En 1565, Fray Andrés de Urdaneta descubre viento y corrientes favorables que le permiten realizar el tornaviaje o tornavuelta a la Nueva España desde Filipinas surcando el Pacífico. Urdaneta, experimentado navegante, pierde a la mayor parte de su tripulación en el accidentado trayecto.

Después de haber trazado el mapa de la ruta marítima, Urdaneta informa a sus superiores que en Filipinas abunda la canela. Las autoridades de la Nueva España consideran que la canela bien valía un par de viajes. Tras varios viajes al archipiélago por canela, especias y madera de gran calidad.

Debido a la enorme distancia entre España y Filipinas, el Consejo de Indias encarga al Virreinato de la Nueva España la administración del comercio marítimo con Filipinas y el envío de una parte proporcional de los impuestos que de esta actividad deriven. El oro y la plata que se extraía de las ricas minas de la Nueva España servirían para adquirir la mercancía que proviniera de Oriente.

Paralelamente, astilleros en Acapulco y Manila inician la fabricación de enormes navíos especialmente diseñados para resistir las inclemencias del tiempo y lo suficientemente grandes como para albergar las telas, joyas, porcelanas, jades, marfil y riquezas exóticas que provenían de Asia. Nacen las embarcaciones conocidas como Naos o Galeones.

Según el lado en que tocara tierra era llamado el Galeón, es decir, si la embarcación llegaba a Manila desde Acapulco, se le llamaba Nao de Acapulco o Galeón de Acapulco. Si provenía de Manila, se le llamaba Nao de China o Galeón de Manila. En lo que en ambos lados se estaba de acuerdo era en llamarlos “Castillos en el Mar” debido a su gran majestuosidad.



Mar de peligros

Al principio, la rica mercancía que transportaban los Galeones era uno de los secretos mejor guardados de la Corona, pero no por mucho tiempo, pues los piratas y corsarios, formidables navegantes que poseían un sexto sentido para encontrar tesoros, no tardaron mucho en percatarse que los navíos que salían de México y Filipinas llevaban algo más que especias y hombres religiosos.

En su afán por pasar inadvertidos y por tratarse de embarcaciones meramente comerciales, los primeros Galeones no contaban con suficientes hombres, ni cañones, como para defender su preciada carga de los osados piratas, por lo que en un principio fueron un blanco fácil. Lo cual no es de extrañar, ya que la tripulación de los Galeones consistía principalmente en marineros mexicanos y filipinos, religiosos, comerciantes y reos. Ninguno de los cuales realmente representaba mayor riesgo para los piratas.

Aunque en muchas ocasiones las armas y cañones de los piratas no dejaban testigos de los hechos, en otras la tripulación era abandonada a su suerte en islas remotas, lo cual explica, en parte, el que en algunas islas del sudeste asiático se hable, aún ahora, el chabacano, una fusión entre el idioma Español y el Tagalo que se habla de Filipinas.

Justamente en esta época aparece en escena el famoso pirata Inglés, Francis Drake, excepcional navegante y terror de los mares, pues no únicamente se limitó al Pacífico. Sir Drake, como lo nombrara Isabel de Inglaterra, se las ingenió para descubrir la ruta Manila – Acapulco, así como los meses más propicios para la navegación en el Pacífico.

A la caza del Galeón de Manila por parte de Inglaterra, se sumaron Holanda, Francia y hasta China, con cada vez más piratas y bucaneros. Algunos tan famosos hoy como lo fueron ayer: Cavendish, Swan, Cornish, Morgan. La respuesta de parte de España no se hizo esperar, se enviaron flotas armadas en su búsqueda, librando memorables batallas e interminables persecuciones que se repetirían constantemente en nuestros litorales: los Galeones huían de los sanguinarios piratas, que a su vez huían de las enormes flotas españolas.

Ante la posibilidad de eventuales ataques a tierra, en 1617 se construye en Acapulco el Fuerte de San Diego, una gran fortaleza que se levanta hasta nuestros días, y el cual defendía al Puerto de los navíos de Gran Bretaña, Holanda y Francia.

Por extraño que parezca, condiciones adversas como el clima, las tempestades, naves sobrecargadas, motines a bordo y las terribles enfermedades, llegaron a hundir más Galeones que todos los piratas juntos. Durante este tiempo unos 40 galeones no llegaron jamás a su destino.

Cada vez que un Galeón no llegaba a puerto se resentía profundamente en la economía local, muy especialmente en la de Filipinas, donde el comercio marítimo de la Nao de China llegó a ser prácticamente su único sustento.

Siendo que le tomaba hasta seis meses a cada galeón llegar a puerto, era realmente grande la expectación que se generaba antes de la llegada de las majestuosas naves que traían fabulosos tesoros de Oriente. Los cañones del Galeón anunciaban su triunfal entrada a puerto, mientras las campanas de las parroquias y los cañones en tierra se sumaban al saludo que provenía del mar. Gente de todas clases sociales de todo México y de América Meridional hasta Perú, acudía al Puerto de Acapulco a recibir con una gran fiesta, que llegaba a durar hasta un mes, al Galeón de Manila de su viaje por la Ruta de la Seda.

Debido a lo largo y penoso del viaje, fueron miles los mexicanos que una vez llegando al puerto de Manila desertaban y optaban mejor por establecerse y echar raíces, lo mismo ocurrió con miles de marineros filipinos que arribaron al Puerto de Acapulco.

De ahí que encontremos hasta nuestros días, a todo lo largo de las costas de Guerrero, mexicanos con rasgos muy particulares que inmediatamente nos indican su raíz filipina con sangre malaya en sus venas.

Además de los religiosos y los mexicanos que se establecieron en Filipinas, se encuentran los rebeldes mexicanos que con sueños de independencia fueron enviados a las Islas Filipinas a cumplir condenas. La gran distancia y las largas sentencias, propiciaron que muchos de nuestros hermanos no regresaran jamás y en cambio formaran sus familias en Filipinas.

Uno de los héroes mexicanos más célebres de esta época fue sin duda, Epigmenio González (cuyo nombre se encuentra en la Columna de la Independencia al lado de Miguel Hidalgo) quien fue desterrado por casi treinta años en Filipinas.

El comercio marítimo del Galeón de Manila transformó rápidamente a México en el eje principal del intercambio comercial entre Asia, América y Europa: Parte de la mercancía que provenía de China, Japón y el Sudeste Asiático hasta la India, era llevada al Puerto de Manila para de ahí ser trasladada hasta el Puerto de Acapulco, en donde era a su vez distribuida por toda la república mexicana y parte del continente americano hasta Perú, mientras otra era trasladada vía terrestre, en mulas, a la Ciudad de México y hasta Veracruz, donde ya la esperaban los Galeones Españoles listos para surcar el Océano Atlántico rumbo a Europa y viceversa.

Por su parte, Manila se convierte en el más importante enlace entre Oriente y Occidente y el principal distribuidor de la plata mexicana, la única divisa lanzada a ese nivel en el mundo.

De las coloridas telas y sedas de Oriente surgieron los rebozos y vestidos multicolores que nuestras mujeres convirtieron en trajes típicos. La China Poblana es un claro ejemplo. De los bellos jarrones de pasadas dinastías nuestros artesanos mexicanos adoptaron su forma y colores y en sus hábiles manos crearon la Talavera, mundialmente conocida por su calidad.

Los marfiles y maderas preciosas de Oriente vistieron nuestras iglesias y parroquias con miles de santos. Como mudo testigo de esta historia se encuentra justo en el centro de la Ciudad de México, la reja que rodea los majestuosos órganos del Coro de la Catedral Metropolitana. Fundida en China y transportada por el Galeón de Manila.

De México partieron a Filipinas los primeros evangelizadores llevando el cristianismo y el culto a la Virgen de Guadalupe. En el Galeón de Manila viajó hacía Oriente San Felipe de Jesús. Igualmente, de México, no de España, era el idioma español que se hablaba en Filipinas y mismo que fue incorporado para siempre a la lengua nativa del Filipino: el Tagalog. De hecho, el Tagalog o Filipino contiene más de 5,000 palabras hispanas, algunas incluso en Náhuatl.

A pesar de los peligros, funcionarios corruptos y el contrabando que surgió alrededor del Galeón, éste subsistió con gran éxito de 1565 a 1815 hasta que finalmente la Independencia de México marcó el fin de su recorrido.

Más el intercambio que nació en el Mar no finalizó ahí. Esos vientos de libertad e independencia que nacieron en México y que se extendieron al Sur con Simón Bolívar y tocaron a Cuba con José Martí, alcanzaron un poco más tarde a Filipinas, en la persona de José Rizal, el máximo prócer de esa nación.

Filipinas permaneció siendo colonia de España por más de setenta años hasta lograr su independencia en 1898.

El último Galeón zarpó del puerto de Acapulco en 1815 para nunca más volver, cerrando así, y para siempre la ruta del comercio marítimo con Filipinas. El nombre del Galeón no podría ser otro: Magallanes.